LOS POETAS
Para Rafael Pérez Estrada
Recorrimos
los suburbios,
anduvimos juntos entre la maleza,
dormimos en los cobertizos.
El
poeta barba de maíz roedor de los sembrados,
el poeta bobina de hilo de las cometas.
El que bajo los párpados de lino del verano
es la voz ronca del vendedor ambulante,
la mirada del viento que seca la tierra mojada.
Lo
que el poeta dice,
lo que dice el poeta a la adivina,
al solitario de boina gris,
al que oye sus palabras como relato de un robo.
El
poeta vidrio de los cuatro colores de la atmósfera,
el poeta oscuro llave de las alacenas.
El que está sentado a la diestra del padre
junto al jugador de baraja que lee la fortuna,
el que le dice a la vida, oye vida,
y se acuesta con ella.
Lo
que dice el poeta,
lo que el poeta dice
al que se cree dueño de algo,
propietario del reflejo de algo,
amo de la discordia de algo.
El
que deambula de noche por los cercados,
el poeta amigo de las hormigas
que construye una casa de harina.
El que guarda en su artesa cuero de tambor
y pan nublado del sábado.
El
poeta cera amarilla de las iglesias
que baila con el agua de las pecadoras,
el poeta barco de papel
que duerme con la muchacha sin labios.
Sus
manos escriben el rótulo de las mercerías,
saludan en la iglesia al dueño del alambique.
El que se llama Niebla, Pelirrojo Crepúsculo,
el que no sabe a quién besarán ahora los ojos de Triste Boca
de Nuez,
el que silba como el pájaro de las colinas,
el hijo del panadero que conversa con el martín pescador.
Lo
que el poeta dice,
lo que dice el poeta a la muchacha con calcetines blancos
y pequeños ojos de colibrí.
El viejo pastor comensal del otoño,
el poeta ruido de las semillas, carpintero del Arca de los animales.
El delirante bajo el filamento de las bombillas
para el que aún tiene sentido seguir dándole vueltas.
El que vive en la patria de una mujer desnuda,
el hijo de la locura que llora médula de caballos
sumergido en el humo de su choza de adobe.
El
que vino a barnizar con leche la jaula de los cantos,
aquel cuya cabeza ha rodado como una peonza
por la tarima de los burdeles
y ha recorrido todos los templos
pidiéndole favores al crucificado.
El consentido por el vínculo de las zurcidoras,
el que padece una enfermedad inmortal
y levita en los parques tumbado de espaldas.
El
poeta que cruza en ambulancia los campos de girasoles,
el poeta ángel de los pesebres,
brizna de los acantilados.
El poeta reloj de lluvia de las epidemias,
vapor de los harapos hervidos contra la peste.
El que ha hipotecado la hacienda de varias generaciones
y ahora es el ánima de un bolchevique embriagado de vodka.
El
patriarca que abrió una tienda de ultramarinos
y compra por cuatro centavos un ramito de sífilis,
el que conoce el comercio de especias y el tráfico de resinas,
el compadre de los anarquistas
con su escarabajo negro ante el eclipse de mar.
El que rodeado de profecías y pájaros
vive en las manos de una arpista,
el que tiene dedos de trébol y cerillas,
aquel cuyas cenizas alimentarán las carpas de los estanques.
Recorrimos
los suburbios,
anduvimos juntos entre la maleza,
dormimos en los cobertizos.
Lo
que el poeta dice,
lo que dice el poeta a la adivina,
al bisabuelo judío que dormía en la comuna
y aún vaga con su barba blanca por ahí
proclamando su consigna a las abejas:
Las estrellas para quien las trabaja.
ECLIPSE CON RIMBAUD He
pasado la mitad de mi vida en la oscuridad. Los
pescadores cantan en la niebla de la oscuridad. He
soñado con la oscuridad la mitad de mi vida. La
oscuridad es la oración de los acordeones nublados. Dad
de ladrar al perro de la oscuridad. |
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ECLIPSE WITH RIMBAUD I've
spent half my life in darkness. The
fishermen sing in the mists of darkness. I've
dreamed half my life of darkness. Darkness
is the prayer of the clouded accordions. Give
food for barking to the dog of darkness. Traducción de Niall Binns |
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PÁGINA CON PERRO Los
carabineros detuvieron a mis amigos, Mis
amigos enfermaron en el silencio, No
la herida del inocente, Me
llamaron judío, Este
no un asunto que se pueda solucionar con tres palabras, Yo
he tenido un perro, Para
alguien que ha tenido un perro |
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EL NIÑO JOHN
El niño John no es el niño Juan.
Los ojos del niño John y los ojos del niño Juan no ven las mismas cosas en el fondo del lago.
Bajo los párpados del niño John la sed es un caballito de mar que vale dos dólares.
Bajo los párpados del niño Juan aletean las mariposas negras del vendedor de sandías.
El niño John tiene un martillo de cristal, el niño Juan tiene una nuez transparente.
Las manos del niño John cuentan las semillas de las estrellas, los dedos del niño Juan juegan con la chapa de la luna nublada.
Los ojos del niño John y los ojos del niño Juan no miran a los mismos pájaros que tiemblan en la oscuridad.
El niño John trae a su madre el declive de la montaña, el ruido del río, la perla de granizo le trae el niño Juan.
Cuando se hace de noche la sombra del niño John sueña que es
la sombra del niño Juan cuando se ha hecho de día.
LITTLE BOY JOHN
Little boy John is not little boy Juan.
The eyes of little boy John and the eyes of little boy Juan see different things at the bottom of the lake.
Beneath the eyelids of little boy John, thirst is a seahorse worth two dollars.
Beneath the eyelids of little boy Juan flutter the dark butterflies of the watermelon-seller.
Little boy John has a glass hammer, little boy Juan a transparent walnut.
Little boy John hands count the stars' seeds; the fingers of little boy Juan play with the lock of the clouded moon.
The eyes of little boy John and the eyes of little boy Juan see different birds trembling in the darkness.
Little boy John brings his mother the slope of a mountain.
The mother of little boy Juan gets the river's roar and a hailstone like a pearl.
At
nightfall the shadow of little boy John dreams it is the shadow of little
boy Juan at daybreak.
Traducción de Niall Binns
ASAMBLEA Queridos
compañeros carpinteros y ebanistas, |
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LIBÉLULA
Yo
tenía una libélula en el corazón como otros tienen una
patria
a la que adulan con la semilla de los ojos. Verdaderamente
las especies de la verdad son cosas difíciles de creer,
extraños seres petrificados en la ternura como benignos nódulos
en la perfección de los huesos. En aquel tiempo
yo tenía el sueño de una libélula entre los juncos del
corazón.
Cansadas como paraguas cerrados recogía las maderas auditivas
de un mar inexistente y con ellas construía algo parecido a una casa.
En aquellos días algo parecido a una casa eran las conversaciones,
palabras relacionadas con la pestaña premonitoria, gatos en los cerezos.
Yo desconocía los vínculos y toda oscuridad era para mí
un obsequio,
un rumor de la eternidad que se prestaba como cuerpo desnudo a mi mano.
No era la boca del amor la que respiraba ese óxido, sino la imaginación
del amor como un sastre con pantalones verdes el día de la felicidad.
Verdaderamente las especies de la verdad son cosas difíciles de creer,
la ilusión del hombre es una luz que llega desde lo desconocido
mas no es él el dueño de esa invención sino el ruido
de un rumor prestado,
la cámara del que guarda su placer en ella.
Yo tenía la costura de una libélula en el corazón
pero las hojas cerebrales hacían crecer mis manos hacia dentro
en busca de una palanca con la que desalojar la piedra del miedo.
Sin esfuerzo comencé a llorar al revés, a confundir los sentidos
que guían la gota gramática hacia una lengua extranjera.
Antes que me tomaran por un extraño ya que yo no era el dueño
de esa invención
me alejé del optimismo de ser entendido por más de dos
y comencé a oír mis propias palabras como martillazos retumbando
en un espacio vacío.
Era como si el tiempo hubiera dejado de durar,
era como si todas las obras imaginadas por un ciego se derritiesen al tacto,
como si la langosta hubiera descendido sobre los campos del espíritu.
Yo solo tenía una libélula en el corazón como otros son
hermanos del vértigo
y llevan la aorta de las constelaciones acogida en sus sienes.
Está bien, las especies de la verdad son cosas difíciles de
creer,
es probable que la invisibilidad y estos hechos
solo guarden relación con una libélula.
LA CITRONETA AZUL En
una citroneta azul Sueñan
en el cielo las estrellas Todo
esto se podría decir de otra manera Yo
no espero otra luz que la tristeza |
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LOS REFUGIADOS Como
si nadie oyese en la cripta del corazón las espinas del pájaro
de la barbarie, nadie es nadie. Nadie el senador de los tirantes elásticos.
Usted es nadie, sombrero de A qué viene eso de la mancha de los espíritus, a cuento de qué decir ahora que tras esta compuerta aúllan en las bandejas los ojos del refugiado. Dicho así el placer y la copa de hielo son corrupción en los recintos de música, fechas en la memoria de la fatalidad. Algún día lo que ahora escribo será inteligible. Algún día, en el perímetro de las cosas sabidas, la época de los sufrimientos que hicieron visible el mercado de las heridas, será entendida como edad de una sábana rota, órbita de nuestra desnudez recubierta de insectos como lengua de gran pez moribundo. Cuando nadie sea ya nadie en la dentadura fósil del universo, y nadie, es decir, nosotros, los rumiantes en el dolor de los sobrevivientes hayamos arrancado de raíz la palabra destino para referirnos a la compasión, hayamos enterrado los cargamentos de misericordia y las heces de hiena, hayamos aceptado la infamia como conducta de época. Cuando nadie sea ya nadie y no haya huellas de nadie ni frutos de nadie en los mercados del pensamiento, esto se olvidará, esto también ha de ser olvidado por el micrófono aéreo de lo que anda en el cosmos, y la podredumbre de nuestro silencio y la bisutería de los diplomáticos alrededor de las fosas comunes. Nadie es nadie, escritura de las elocuentes cifras que suman dolor al oprobio, cinta azul de los legajos de la minuciosidad. Nadie es nadie bajo la lente de los archiveros. Nadie con su puñado de tierra, el oferente y el lúcido, el préstamo de jerarca invisible en nosotros, huyendo en el taxi de la conciencia de las columnas de humo. Para qué sirves entonces poesía de las hojas incendiadas por las pavesas de la justicia, vieja poesía de los herbolarios, mostaza de los cónsules que predicaron el amanecer. Hacia dónde, hacia quién, venerable Withman, junto al apacible río de los pensamientos sagrados sumerge la mujer su criatura en el agua antes de la incineración.
Como si nadie oyese las espinas del pájaro de la barbarie, parece
ser que aquí nadie es nadie. Nadie el silencio y su caldero de
cal sobre los desaparecidos. Codicia, eso dice aquí la palabra
codicia. |
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LA CASA ROJA Alguien anda diciendo que en las afueras de la ciudad hay una casa roja. Una casa donde los cardenales negros sacrifican papagayos a la voz del diluvio. El diluvio tiene las barbas blancas como el sauce de la jurisprudencia un domingo de bodas. Los predicadores aman la tempestad y golpean con sus Biblias de nácar la erección de los guardiamarinas. Las familias beben alcohol, se santiguan, recolectan insectos. El niño de la lámina se masturba plácidamente con la transparencia. La rosa de Jericó huele a vainilla. Alguien anda diciendo que en las afueras de la ciudad hay una casa roja. Una casa cuya ilusión está llena de peces, el pez de San Pedro, la conciencia del delfín encerrada en el aro de la bahía desierta. Lorenzo de Médicis tenía una casa roja, las maniquís de Bizancio tenían una casa roja. Mi corazón es una casa roja con escamas de vidrio, mi corazón es la caseta de los bañistas cuya eternidad es breve como columna de lágrimas. El minotauro hace rodar sus ojos por el acantilado de las estrellas, la herida del anochecer hace su nido en la arena. Yo hablo con alas, yo hablo con humo de lo ardido y lava de diamante. La geometría bebe veneno, en el canto de los pájaros suena la armonía del baile de los muertos. En la casa roja hay una mesa blanca, en la mesa blanca hay una caja de plata con la nada del sábado. La intemperie gime contra los muros, la tristeza gime contra los mármoles. El profeta tuvo una casa de papiro a la orilla del lago, la muchacha del ghetto vivió en la casa de las preguntas. Mi mano izquierda luce un anillo de agua, en el camafeo de la supersticiosa brilla el mercurio de la temperatura. Lo que canto es lumbre, caballos lo que canto contra la aritmética y los números. Alguien anda diciendo que en las afueras de la ciudad hay una casa roja, una casa bajo el índice del cielo y el negro nenúfar de la amante devota. El muchacho con ojos de ebonita ama la enfermedad y el rubí de los reyes. Las mujeres hermosas sueñan con acuarelas, sueñan con garzas y volúmenes y súbitos prodigios sobre las alfombras de lana. Yo vivo extraviado entre dos rosas de sangre, la que tiñe la calamidad de impaciente belleza, la que tiñe la aurora con su astro eucarístico. Mi voluntad tiene la cólera del orfebre, mi capricho tiene el óxido de una frente de hierro. Nadie cruza los bosques malignos, nadie sobre la yerba de la muerte escucha el desconsolado discurso de las ceremonias asiduas. Yo veo el arco iris, yo veo la patria de los músicos y el olivo de los evangelios. Mi casa es una casa roja bajo la fibra de un rayo, mi casa es la visión y la beldad de una isla. Aquí cabe la gala del mandarín y la escrupulosa usura de las edades antiguas. Esta casa mira al norte hacia las lagunas de helechos, esta casa mira al sudeste azotada por el aliento de los que piden limosna. |
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